Un título ya no basta: qué buscan las nuevas generaciones
Por Redacción
Ciudad de México.- Sofía tiene 19 años y acaba de terminar su primer año de universidad. Cuando le preguntan qué estudia, responde con seguridad: “Desarrollo de negocios digitales”. Pero cuando le preguntan qué quiere hacer, su respuesta es distinta: “Quiero crear soluciones que impacten a mi comunidad y que me permitan vivir bien, no solo sobrevivir”. Esta distinción no es casual. Representa un cambio profundo en cómo las juventudes entienden su formación profesional y su relación con el trabajo.
Durante décadas, el objetivo era simple: obtener un título universitario, conseguir empleo estable, ascender. La fórmula parecía funcionar. Hoy, esa narrativa se ha fracturado. Según datos del Banco Mundial, más del 40% de los jóvenes latinoamericanos considera que la educación formal no los prepara adecuadamente para el mercado laboral actual. La desconexión entre lo aprendido en las aulas y lo que demandan las empresas genera frustración, subempleo y la sensación de haber invertido años en algo que no garantiza nada.
Las generaciones más jóvenes ya no se conforman con acumular credenciales. Buscan trayectorias personalizadas, experiencias formativas que conecten con sus intereses reales y que les permitan construir una identidad profesional coherente desde el inicio. Quieren saber que lo que estudian tiene aplicación inmediata, que cada materia, cada certificación, cada decisión académica los acerca a un trabajo que tenga sentido para ellos.
Aquí es donde los modelos educativos flexibles entran en escena. Instituciones como Tecmilenio diseñan propuestas que rompen con la rigidez tradicional. El modelo educativo MAPS —basado en módulos, aprendizaje por competencias y certificados que permiten que cada estudiante construya su propio camino. No se trata de seguir una ruta única, sino de elegir, en cada etapa, qué habilidades desarrollar según el perfil profesional que se desea alcanzar.
La diferencia es sustancial. Mientras en un sistema convencional el estudiante avanza por un programa preestablecido sin posibilidad de ajuste, en un esquema modular puede certificar competencias específicas a medida que las domina. Un estudio de McKinsey señala que las empresas valoran cada vez más las habilidades certificadas y demostrables por encima de los títulos genéricos. Esto significa que un egresado puede llegar al mercado laboral no sólo con un diploma, sino con evidencia concreta de lo que sabe hacer: analítica de datos, gestión de proyectos ágiles, marketing digital, liderazgo de equipos.
“En Tecmilenio, formar profesionales con propósito no es una aspiración, es un resultado concreto del modelo MAPS”, afirma el Dr. Luis Gutiérrez, vicerrector académico de la institución. Su visión subraya algo fundamental: el propósito profesional no aparece mágicamente al graduarse. Se construye paso a paso, con decisiones informadas, acompañamiento y una estructura educativa que lo haga posible.
Y aquí entra otro elemento clave: el bienestar emocional y físico. La Organización Mundial de la Salud documenta que el estrés académico (y la falta de herramientas para gestionarlo) afectan directamente el desempeño profesional futuro. Formar a una persona solo con conocimientos técnicos, ignorando su salud mental, es prepararla a medias. Los programas que integran bienestar integral —con acceso a acompañamiento psicológico, actividades físicas y estrategias de manejo emocional— generan profesionales más resilientes, capaces de enfrentar la incertidumbre del mercado laboral sin colapsar ante la presión.
Carlos, egresado de ingeniería en innovación tecnológica, cuenta que lo que más valoró de su experiencia fue poder certificarse en metodologías ágiles mientras aún estudiaba. “Cuando llegué a mi primera entrevista, no sólo hablé de lo que sabía en teoría. Mostré certificaciones reconocidas por la industria y proyectos reales que había desarrollado. Eso marcó la diferencia”. Su caso no es aislado. La empleabilidad de egresados formados bajo modelos basados en competencias es significativamente mayor porque responden a necesidades reales, no a estructuras académicas obsoletas.
El mercado laboral actual exige adaptabilidad. Las carreras lineales están en extinción. Según el Foro Económico Mundial, el 50% de los empleados necesitará reinventarse profesionalmente para 2025 debido a la automatización y la transformación digital. En ese contexto, un modelo educativo que enseña a aprender continuamente, que permite actualizar competencias certificadas conforme evoluciona la industria, es una ventaja competitiva real.
La educación superior ya no puede ser un paréntesis de cuatro años entre la adolescencia y el trabajo. Debe ser un ecosistema donde lo académico, lo personal y lo profesional converjan. Donde cada estudiante pueda responder no sólo “qué estudio”, sino “qué estoy construyendo”. Porque al final, el título universitario sigue importando, pero ya no como un punto de llegada. Es el inicio de una carrera con propósito, diseñada con intención, respaldada por competencias demostrables y sostenida por el bienestar integral de quien la construye.
Sofía lo tiene claro. Su generación también. La pregunta es: ¿están las universidades listas para acompañarlos en ese camino?


