Muere Julieta Fierro, astrónoma y divulgadora emblemática de la UNAM
Por Redacción:
Ciudad de México, viernes 19 de septiembre de 2025.
La Universidad Nacional Autónoma de México confirmó el fallecimiento de Julieta Fierro Gossman, a los 77 años, investigadora del Instituto de Astronomía y figura clave de la divulgación científica en el país; la noticia se difundió a través de áreas universitarias y fue reportada por medios nacionales.
Imagen de referencia: Julieta Fierro en entrevista para Gaceta UNAM. Crédito: Francisco Parra / Gaceta UNAM.
Fierro convirtió la astronomía en un lenguaje común para públicos de todas las edades: llevó telescopios y globos terráqueos a escuelas y plazas, llenó auditorios y museos, y explicó fenómenos complejos con comparaciones simples que quedaban resonando mucho después de apagar la luz del proyector. Su muerte, confirmada la tarde de este viernes por Comunicación Social de la UNAM, provocó condolencias inmediatas de la comunidad académica y científica, y pronunciamientos de autoridades que subrayaron su estatura como #OrgulloUNAM.
A lo largo de más de cinco décadas, Fierro sostuvo una doble trinchera: la de investigadora titular en el Instituto de Astronomía y profesora en la Facultad de Ciencias, y la del escenario público donde enseñó a mirar el cielo sin miedo a las fórmulas. En semblanzas publicadas este día se recuerda que, además de su labor académica, escribió decenas de libros para lectores jóvenes y adultos —“puentes” entre la curiosidad y el método— y se volvió un referente continental de la comunicación científica.
La dimensión de su legado también se mide en los reconocimientos internacionales que cosechó. En 1995 recibió el Premio Internacional UNESCO Kalinga para la Popularización de la Ciencia, distinción reservada a quienes acreditan una carrera excepcional acercando la ciencia al gran público; su nombre figura en la lista oficial de laureados del organismo. En 2023 fue elegida miembro honorario internacional de la American Academy of Arts & Sciences (AAAS), institución fundada en 1780 que reúne a líderes mundiales en ciencia, artes y humanidades.
Quienes trabajaron con ella recuerdan una voz inconfundible: firme y risueña a la vez, capaz de pasar del polvo interestelar a la receta casera para entender la luz o el sonido, y volver después —sin perder al auditorio— a la edad de las estrellas o a la pregunta insistente sobre la posibilidad de vida fuera de la Tierra. No es casual que hoy, en sus obituarios, se le describa como “rockstar” de la divulgación: por su carisma, por su agenda inagotable de charlas y talleres, y por haber inspirado a miles de niñas y jóvenes que encontraron en su ejemplo una ruta posible hacia la ciencia.
La noticia de su deceso desató homenajes en cascada: periódicos de referencia, agencias y espacios universitarios publicaron perfiles y cronologías; desde la Jefatura del Estado mexicano hasta facultades y escuelas de la UNAM circularon mensajes reconociendo su influencia como docente, investigadora y divulgadora. En ese coro se repite una idea: que Fierro hizo de la astronomía una conversación cotidiana, y que su manera de contarla —con humor y paciencia, con ejemplos que cabían en la palma de la mano— abrió ventanas en miles de hogares y aulas.
En el inventario de su obra caben libros, exposiciones, programas de radio y TV, museografías y una intensa labor institucional que marcó a la Divulgación de la Ciencia en la UNAM y a espacios como Universum, además de colaboraciones con museos y festivales culturales dentro y fuera del país. Los recuentos publicados hoy subrayan que hasta sus últimos días se mantuvo activa como investigadora y profesora, y que su entusiasmo por enseñar no menguó con los años.
Para las generaciones que crecieron con sus explicaciones —y para quienes la descubrieron en una charla improvisada o en un video compartido en redes—, Julieta Fierro deja algo más que datos y metáforas ingeniosas: deja una pedagogía de la curiosidad. En un país donde la ciencia suele habitar la página par de los diarios, ella demostró que la cultura científica es también un derecho, y que se puede ejercer con una sonrisa, con un telescopio de mano o con un globo terráqueo pintado de preguntas. Ese es el núcleo de las despedidas que hoy llenan portadas y perfiles universitarios.
Queda su rastro en estudiantes, divulgadores y docentes que aprendieron con ella a contar el universo sin perder el rigor, a tratar la ecuación como un cuento y el cuento como una brújula. Y quedan, por supuesto, los reconocimientos internacionales que la inscriben en la historia mayor de la divulgación: de la UNESCO a la AAAS, pasando por el aprecio —tal vez el más difícil de todos— de un público capaz de dejar lo que hacía para escucharla hablar de estrellas. En ese espejo se entiende por qué su despedida duele y, al mismo tiempo, ilumina.